lunes, 28 de abril de 2008

Leer es una función esencial


Desde sus inicios, la historia del hombre ha podido ser conocido gracias a los registros que ha dejado de sus actos y experiencias. El hombre ha buscado la manera de expresarse por diversos medios, pero lo interesante de todo esto radica en la facultad que tiene el hombre para dar interpretación a cada uno de los códigos empleados. Es la lectura lo que permite descifrar y traducir, por eso es tan cierto que “todos nos leemos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea para poder vislumbrar qué somos y dónde estamos. Leemos para entender, o para empezar a entender. No tenemos otro remedio que leer. Leer, casi tanto como respirar, es nuestra función esencial”[1]. La lectura está en todas las cosas que realizamos, y nos iniciamos en ella no cuándo entramos en la educacional formal, sino desde que tenemos la capacidad de asociar el objeto a su nombre; la lectura de imágenes, una etapa en que el niño no lector de palabras, expresa lo que está viendo.
La educación formal nos inicia a la lecto-escritura, que es el momento en que ya asociamos una nueva forma de expresarnos. Ahora leemos lo que escribimos, o lo que otros escriben. Conocemos medios de comunicación impresa: los maravillosos libros, luego para informarnos a diario, los periódicos, revistas. Y así a medida que crecemos y avanza la tecnología, los medios también se transforman y evolucionan. Pasamos de medios rústicos (tablas de arcilla, pairo) a medios ópticos o virtuales. También, debemos aprender a utilizar estos nuevos medios, “alfabetizarnos digitalmente”, la sociedad actual nos obliga a estar al tanto del uso de estos medios, si no te discriminan, quedas fuera del círculo tecnológico.
La tecnología, herramienta muy útil para el ser humano, permite expresar por medio oral o escrito. Pero también es un medio frío que hace perder el contacto directo de persona a persona. Nos ayuda, sí, y muchísimo, pero no pasa a ser más que eso, una herramienta, que de ninguna manera sustituirá las sensaciones.
Para mí, es sólo eso, un medio para comunicar, soportes de la información, de un contenido. Sin embargo, en la actualidad, se ha posicionado fuertemente el uso de estas tecnologías, desplazando en algunas localidades el uso del libro, o de otros medios impresos. Aún así “la tecnología todavía tiene que resolver problemas de manipulabilidad, portabilidad y legibilidad en el soporte”
[2]
Cuando se inició el auge de las computadoras y los medios audiovisuales, los expertos pesimistas predecían la extinción total del libro impreso, de la lecto-escritura, sin embargo, aquí estamos, en el siglo XXI, leyendo y escribiendo libros, formando lectores. Pero también comienzan a surgir los disidentes de este proceso, que sólo incorporan los medios tecnológicos para comunicar.
Cito: “No desaparecerá el mucho tiempo el libro tradicional porque, en primer lugar, lo decimos una vez más, la humanidad no puede prescindir del material impreso que ya existe y su subsistencia permitirá que los grupos sociales (lectores) y la institucionalidad relacionada con él (sistema educativo, industria editorial, bibliotecas y librerías) siga exigiendo la producción de materiales similares”
[3]
Para finalizar, conclusión personal referente a los dos textos, que nos invitan a reflexionar sobre la lectura, como proceso, el libro como medio, y la comunicación como un todo que deriva a procesos y medios. El futuro de para el libro y la lectura no es tan pesimista. Creo profundamente en las instituciones relacionadas con el libro y la lectura, creo también en los que hacen de la lectura un disfrute y que la comparten con los demás. Así también creo en los creadores de fabulosas historias y aquellos que compilan la historia, pero creo más aún en aquellos que descubren la lectura, por medio de alguien que también, al igual que yo, comparte mis creencias.
[1] Menguel, Alberto. La última página. En: Una historia de la lectura. Bogotá, Norma, 1999.
[2] Agudo Guevara, Alvaro. Lectura y sistemas comunicación social. En: Memorias. 2° Congreso nacional de Lectura. Bogotá, Fundalectura, 1999. pp.95-106
[3] Agudo Guevara, Alvaro. Lectura y sistemas comunicación social. En: Memorias. 2° Congreso nacional de Lectura. Bogotá, Fundalectura, 1999. pp.95-106

jueves, 24 de abril de 2008

Letras + letras + sentido = Literatura


Quise acordarme de mi inicio en la aventura de los libros y la lectura. Necesariamente debía remontarme físicamente a la biblioteca personal de mi tía Cecilia, bibliotecaria de años, amante de los libros y la literatura y con una colección maravillosa de títulos de textos infantiles.
La idea era visitarla, conversar, recordar y revisar si aún existían aquellas mágicas historias que deleitaron a la pequeña lectora.
Si bien la memoria es frágil para recordar cada uno de los libros que se escucharon o leyeron en edad inicial, como una cámara fotográfica, logré captar muy bien las ilustraciones de portadas y de los interiores de los libros, por lo que no sería tan difícil dar con los textos que estaba buscando. Sin embargo, existen 3 títulos que recordaba muy bien, y fue por ellos que le pregunté a mi tía primero; se trataba de “Los puntitos rojos y otros 30 cuentos para antes de dormir”, “El gran tesoro y otros 30 cuentos para antes de dormir” y “La sopa de hacha y otros 30 cuentos para antes de dormir”
[1]. Cada uno de éstos contenía una selección de cuentos breves que cada noche mi madre relataba a mis hermanos y a mí, y los domingos, en casa de los abuelos, los volvíamos a pedir pero esta vez en la voz de la tía Cecilia. La narración terminaba con alguna actividad plástica que permitía expresar en papel lo que el relato nos hacía imaginarnos. Así los libros comenzaron a aparecer, la tía me mostraba y yo recordaba, y volvía a aquéllos días en que uno, libremente, pedía una y otra vez la narración de las historias que pasaban desde “Las aventuras de Pinocho”[2] hasta “Las mil y una noches”[3]. Con mucho gusto encontré alrededor de 15 libros que perfectamente recuerdo haber escuchado, también leído, pero como los niños leen, cuando las letras no significan nada, pero se entiende todo con las imágenes. También encontré aquellos libros que disfruté cuando ya la lectura está dentro de uno y no se le olvida jamás. No esos que pedían en la escuela, sino esos que libremente uno elije, y si no le gusta, lo deja, o si se aburre, se detiene para hacer otra cosa.
Por esos hermosos recuerdos y gratas experiencias, es que sigo disfrutando de la literatura infantil, como lectora, como narradora y también entregando momentos mágicos a otros niños, tal como lo hacía mi madre y mi tía.
La lectura sigue presente en mi vida, todos los días, desde el periódico en la mañana, la narración para los niños en la biblioteca, y en las noches antes de dormir, para los buenos sueños. También para contarles mañana, nuevamente, a los niños y niñas que me visitan en la biblioteca, que son aquellos que buscan un momento de deleite y de afecto, porque así como se da a conocer una nueva aventura de un personaje, en un nuevo lugar, de igual forma se entrega cariño. Porque cada palabra es una caricia que envuelve, cada libro un baúl mágico cargado de sorpresas, y un relato, un momento único que sólo la lectura te puede dar.
[1] Selección y adaptación de textos infantiles por Eduard Delgado, e ilustraciones de Natalia Sanmartí. Editorial Pomaire, Cataluña, 1980.
[2] Adaptación con ilustraciones de Art Studium. Eds. Junior (grupo editorial Grijalbo), Barcelona, 1981.
[3] Contado por Hugo Montes, ilustraciones de Vittorio Di Girolamo, colección Para saber y contar. Zig-Zag, 1967